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Torrente

  Torrente Arden casas y bosques,  las comunidades sin sus tierras. Arden de odio los que embrollan con dichos para la sedienta codicia de unos pocos. Arden monstruos nacidos del hambre, la soledad y el silencio. Entonces, alguien sale a la calle, se encuentra con otros que miran a los ojos, eligen las palabras hasta dejarlas limpias; uno comparte el mate, otro inventa cantos honrando este suelo que pisamos, el aire que viene a darnos la vida, generoso el agua que es de todos y la quieren para unos pocos. Si hace frío, si pinta el miedo,  hay manos que se tienden y abrazos que rearman. De pronto la calle es un mar de cabecitas con olas de brazos en alto,  un torrente que viene a apagar tanto fuego.

En la calle

  En la calle Algunos tentados por las roscas, cosquilleos de poder, corroen las palabras, solidaridad que no solidariza, progreso que no progresa. La calle espera.   En la olla inmensa no hay guiso para todos. Por momentos la justicia es solo horizonte, servida allá lejos para algunos. La calle espera.    Democracia es llevada a la rastra, en una camioneta sin patente, patadas sin nombre.   Ojos que no saben que miran. La calle espera   Democracia es  un nene que llora de hambre al lado de su mamá, sentados a la puerta del supermercado, esperando dejar de ser invisibles. Mientras, abajo, día a día, chiquito, alguien da de comer, enseña, cura,  parte el pan y la poesía. La calle deja de esperar y nos bendice: Bienaventurados los que no creen sin reflexionar, los que caminan juntos, los que hacen un lugar a otros, los que están en la calle  defendiendo el espacio de todos.

Taller de otoño. Desafío de escritura de Araceli Campana

 Con una consigna por día, me fueron saliendo estos textos... Qué podría comprar para comer, una semana sin tarjetear? Cómo vuelvo de Constitución a las 2a.m.? Cerré la llave del gas? Cuándo me tendría que venir? Habré dicho algo que le dolió? Guau! Ya tacho esto de ponerme los zapatos de mi humana! El vecino de enfrente parece estar vigilando detrás de las cortinas. En cuanto ella sale a la calle, ahí va él, detrás suyo. Apura el paso, no llego a escuchar lo que dice, pero algo le susurra al oído. Lo extraño es que su brazo derecho se va transformando en un ala grande y blanca que se arrastra por la vereda, la cual denota sus intenciones y también su edad. Vieja, increíblemente vieja. Muy cerca del espejo, cientos de surcos van trepando por las mejillas, los párpados. Por dentro están todas las que fui: la niña que juntaba hormigas descarriadas, la mujer que acunaba a sus hijos, la que inventaba palabras, Ellas siguen estando, conversan conmigo y hacen valer cada arruga , cada pliegue