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Mostrando entradas de agosto, 2021

Herencias

 Entre todos los objetos de esta casa, el sagrado corazón me observa con su mirada de vidrio. Una sola mano, como una Venus de Milo, nos señala. Entre las plantas, se muestra inofensivo, escucho un murmullo de oraciones, las voces de mis abuelos; la gubia vuelve a tallar sus pies, con delicadeza, el artesano moldea su corazón de masilla, un dios de madera en quien no creo, pero, por las dudas en la noche le cierro la puerta y me desligo  de cualquier conexión con el misterio.

Siete lagos

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Vamos lejos, vamos, suena tu guitarra y las montañas  juegan al fideo fino  con el auto, me marea la línea que suelta el asfalto  ondula bailarina. Donde termina todo, una curva asoma lo que tiene de maravilla,  el sol danza en el lago, nos reímos, azul, verde, azul, azul, el paisaje estremece. Lo sagrado nos deja en silencio.

Escrituras

 Las palabras caen      por          los             renglones, dentro mío, un silencio  de pozo. A mi cabeza se le escapan  los recuerdos, la memoria es una planta llena de espinas, arrastro con ella el carro de las culpas.

Sueños en pandemia

 ¿Adónde estoy yendo? Pasillos infinitos, camino rápido para abrir otra puerta. Me faltan abrazos, esas manos en las mías, charlas en la noche hasta ver el sol, esa copa de vino que compartíamos entre proyectos. Hoy es el primer día de lo que vendrá mientras, los elefantes siguen sin encontrar su lugar en China.

Confundida

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  A la intemperie, en un rincón, entre las ramas de la tipa que se asoma al patio, con algunos rayos de sol acuestas se pasea esta mañana, confundida, con una primavera que aún no llega. Acaricio su dureza tibia de piedra eterna, mi cofrecito animal que guarda, en su silencio de tortuga todo aquello que ya no recuerdo.

Impresiones (agosto 2020) en pandemia

  Preparo chipá. Abro la alacena y salta una historia de frascos y frasquitos. Amo ese espacio, los aromas del merkén, el orégano, el pimentón En la mesada, siento el fru-fru de la fécula de mandioca con la manteca y la sal, suena a tela almidonada.  Pienso quién habrá sembrado la mandioca, quién la molió y cuántos quiénes están detrás de esta sencilla receta que preparo. Mi cabeza se dispara en esos pensamientos, mientras mis manos casi ajenas saben cómo darle forma a los bollitos; solidarias, se acompañan en la tarea. Amasar es casi un juego. Quiero que salga rico. Ofrecer una comida a otros como una muestra de amor. Simple alegría. Voy a la terraza con mi perra. Ella corre feliz. Me siento libre. El sol es tibio y una brisa hace bailar a la ropa colgada. Respiro hondo el olor a jabón. Hay aire en abundancia y el canto de cotorras y gorriones llena mi cabeza. Mientras subo unas escaleras, me recuerdo de chica en días así sentada sobre el tanque de agua, por puro disfrute. Miro desde