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Mostrando entradas de enero, 2013

Arrastrado por el mar

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Ian tomó la decisión de arrojarse del barco, así como estaba, con los grillos a los que había logrado partirles la cadena pero aún puestos y lastimandole los tobillos. Como pudo se agachó para quitarse los borceguíes y las medias de algodón como único recuerdo de su estadía, seguro que le dificultarían aún más su escape. Ahora se abrían más posibilidades, podía llegar a golpearse fatalmente en la caída, ser descubierto y morir de un tiro, ser devorado por un tiburón o simplemente no resistir el nado hasta la orilla. De todas formas todo era mejor que ese barco sin rumbo, donde moriría después de ser maltratado hasta lo impensable. Eso, era de lo único que estaba seguro. Él mismo había sido cruel con otros, torturándolos hasta enloquecer. Y también sabía que en algunas circunstancias. era casi imposible correrse de ese juego perverso. -Todo comienza con ver al otro como el enemigo, se dijo a si mismo,- ir borrando las coincidencias hasta creer que no pertenece a la raz

Muerte en una noche de reyes

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— No busquen más, dijo el gigante con vos enajenada a los policías que aún discutían sobre el rumbo que habría tomado el atacante. Y agregó  — fui yo quien lo mató. Sin demora , uno de los brigadistas le colocó las esposas y mientras lo llevaban, el gigante relató con detalle su crimen. Ya había amanecido. La luz entraba por un extremo del ventanal partiéndose en cuatro rayos que formaban unos espacios de luz y pelusas sobre la cama de Juan. Allí arrodillado, con su pijama a rayas celestes y blancas, la humanidad desgarbada y huesuda de Joselo, se acunaba con cara de espanto. No terminaba de entender cómo ese momento de placer y felicidad se le había convertido en horror. La luz del día, las manchas de sangre en las sábanas y el piso. Los corrillos de monjas, de policías y un par de hombres de traje. Todo le confirmaba que no había sido un mal sueño. El pabellón parecía más grande, los techos más altos, y todos más ajenos que nunca. Su querido Juan Bautista