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Mostrando entradas de enero, 2012

Axolote

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Sólo a Pachu se le podía ocurrir semejante idea. Mirá que hay mascotas para elegir, más mimosas, más elegantes más, más... Pero no, a ella se le metió en la cabeza que quería un axolote. No debe haber bicho más feo que ése, ¿qué tiene de mascota? Agarrarlo no podés, porque se te resbala como un jabón moj ado y además, si te descuidás, te muerde con esos dientes diminutos y filosos. Ni siquiera sabés si te registra, con esos ojos que parecen cabezas de alfiler con un punto negro en el medio. Ahora ya debe estar por la costanera después de haber atravesado todas las cañerías de la ciudad. Increíble. Cuando llegué a casa el agua me llegaba hasta las rodillas. El patio parecía una pileta. Para conformar a la nena, porque nos veníamos a mudar a esta casa horrible, se le ocurrió prometerle una mascota. Y ahí fue Pachu nomás, que lo vio en el acuario, que parecía un pececito pero con patas, rosado, y en la cabeza unas protuberancias que parecen coronarlo. Claro, ¡Como el rey de los

Baños

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20 minutos en el baño. -No me baño, no me baño, no me baño, repite la nena mientras abre la canilla de la bañera. Se sienta en el borde y se estira para colocar un tapón en la salida del agua. De a poco el baño comienza a cubrirse con una nube de vapor.  Se quita las zapatillas grises sin desatarse los cordones, empujando el talón con el otro pie y arrojando cada una al aire impulsadas con un estirón de piernas. Ahora se saca las medias lanzándolas a un rincón, detrás del bidet. Gira su cuerpo, se arremanga los pantalones y sumerge sus pies en la bañadera. Juega con ellos, deslizándolos hacia un lado y hacia el otro, luego chapotea un par de veces. Se inclina hacia los azulejos y dibuja un corazón con el dedo. Saca los pies del agua y busca una toalla para secarlos. Al otro lado del baño, en el pasillo, una mujer camina con pasos cortos y ligeros, se acerca a la puerta y da unos golpecitos seguidos. La nena lleva su mirada hacia la puerta como si pudiera ver a través de ella y le res

Las monedas del abuelo

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Dentro del cajón, una caja, dentro de la caja, un cofre de madera. Tus manos de papel, temblorosas, abren el tesoro. Redondas, desgastadas algunas y otras refulgentes monedas. Rescatadas con  palabras para que el olvido no las vuelva a enterrar. Desde el cofre abierto una cascada musical cae sobre las baldosas negras y blancas. Cada una encierra un secreto. La de 1820 es nuestra favorita.  Una mujer la entregó por una cesta con pasteles dorados, me decís. Y yo imagino a las mujeres paseando con sus abanicos, a los hombres de poncho y sombrero. Juntos viajamos en el tiempo por esas calles de barro, en una Buenos Aires de tambores negros. Tintinean y caen. Quiero escucharte una y otra vez contar esas historias: la que servía para comprar una botella de leche, la que te regaló tu padrino el día que le cantaste un tango. Juntos les sacamos brillo y sigo tratando de hacerlas girar en el aire como solo vos sabés hacerlo. Cada una tiene tu acento y tu recuerdo. Nuestro tesoro decís, poniendo