A la hora señalada, en lo alto de la ceiba, ahí dejó la semilla, el pájaro en la rama, el universo mezcló las cartas y decidió que así fuera, la semilla de higuerón, por una ceiba anidada. Para el tiempo de florecer, la ceiba y sus maravillas, pétalos blancos y rosas con pequeñas pinceladas. La semilla de higuerón, hace tiempo germinada, ya era un telón de raíces. sobre la ceiba atrapada. Un poquito más de espacio, otro rayo más de sol, bebo un poco de tu savia, que nadie más te mire, solo yo. Así le decía el higuerón a la ceiba que entre sus ramas crecía. Poco a poco sentía que se quedaba sin fuerzas, el higuerón le pesaba enredado entre sus piernas. La ceiba perdió sus flores, sus hojas, sus algodones. Gasto su último latido sin darse cuenta de nada. El higuerón, esa semilla que un día había buscado cobijo, se erguía entre sus despojos, en verdugo transformado.