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Mostrando entradas de 2019

Ellos

Ellos los que arden piden a gritos alguien que los calme el horizonte se estira insoportable gota a gota crepitan sedientos de fuego embriagado de humo el campo chilla como una bestia hasta agotarse ellos los encendidos se apagan                         cenizas                                rescoldos

Primeros funerales

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Ayúdame Adán que no puedo cargarlo. Tal vez, con mi beso despierte. ¿Por qué no respondes? ¿De dónde viene este frío? Tanta pena desconocida. Tu padre te lleva y calla. ¿Por qué recuerdo ahora, tu primera mirada, tu primera palabra, tu primer paseo de la mano? Y ahora,  hijo mío, no respondes. ¿Dónde está tu hermano? Te estará buscando desesperado. No sabrá que duermes desde hace rato. Esta escultura se encuentra en el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires. Su autor, Louis Ernest Barrias.

Escuela

Caen niños de los árboles bandadas de hojas vuelan hacia otras tierras hay suelta de delantales blancos se sacuden pájaros en remolinos nubecitas blancas entran a la escuela.

Cuando

Cuando todo soy, las nubes me despiden a lo lejos, la alegría de los perros me acompaña, digo vaca como digo hermana y el cielo rojo me persigue entre los charcos. Cuando cae la noche, el trueno, pozo del vacío, es anuncio del despojo, no hay luna que sonría entre los cerros ni brazos que sostengan en el peligro.

Unos mates con mi perra Puka

¿Por qué estoy acá y no en otro lado? Miles de decisiones propias y ajenas, casualidades y contextos me trajeron hasta este lugar. ¿Cuántos trabajos, inventos, historias, arrastra este poder encender fuego y llenar la pava con agua de la canilla? ¡Cuántas manos cuidaron los yerbatales, cortaron hojas, cruzaron rutas. Las manos ajadas de calor fabricaron la pava y la tostadora. Alguien vio derretirse el metal, y darle forma. La tostadora la compró mi mamá que ya no está y la pava, mi tía, que ya no se acuerda. Puka sigue dando vueltas con su juguete que tal vez vino de China , igual que el supermercadista y mis ojotas. ¡Cuántos trabajos y sueños de los que fabricaron la heladera donde ahora guardo la manteca!."Si señora, en doce cuotas" dijo el hombre que me la vendió. Otra época. Pude comprarla y elegir la más ecológica o mejor dicho, la menos contaminante. ¿Cómo sería la mirada de la vaca a la que le sacaron la leche para mi manteca?  Y otra vez, cientos de manos para

La vaquita de San Antonio y Dafna

Dafna estaba haciéndose muy chiquita en una rama del ombú para que nadie  pudiera verla. No podía moverse. Ella y su amiga Violeta esperaban escondidas a  que Emilio terminara de contar hasta cincuenta contra la pared del jardín. Emilio salió corriendo al grito de:“¡Punto y coma el que no se escondió se  embroma!”.  Dafna escuchó sus pasos muy cerca. Mientras tanto unas patitas negras le hicieron  cosquillas en su nariz, escalándola como si fuera una montaña. Trató de ver de qué  se trataba, pero se puso bizca. Ahora veía dos bolitas en lugar de una, rojas con  muchas manchas negras. Tenía que aguantar para no hacer ruido y ser descubierta.La bolita levantó dos de  sus patas y se rascó la cabeza. Dafna que seguía muy incómoda en ese lugar, sintió  como si un montón de estrellas de metal subieran por su pie derecho.¡De tan quieta  el pie se le había dormido!   Se abrazó más fuerte a la rama para no caer. En su  nariz seguía dando vueltas el bichito inquieto.  Escuchó entonces la respir

Agua

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Furia y calma todo a mi alrededor es agua con voz de trueno y de pájaro  silencio profundo fundido al vértigo de la cascada no alcanzan los ojos para ver y miro también con el alma.

La magia del pescador

Mi abuelo, Don Aurelio era un hombre emprendedor y entusiasta. Tenía dos pasiones: pescar y cantar. Charco, río o laguna, donde fuera que hubiera un poquito de agua ahí estaba con su caña , su anzuelo y sus lombrices; nunca una red o un medio mundo porque para él eso era hacer trampa. Su otra regla de oro era “ todo lo que se pesca se come” así que se cuidaba de no pescar zapatos o latas oxidadas. . Le encantaba disfrutar del silencio de la noche en la orilla para cantar y pescar bajo las estrellas y después escuchar a los pájaros sumando su canto al amanecer.   Todos decían que él era el mejor pescador del lugar y así era. Siempre sacaba la mejor pieza o volvía con su bolsa llena de pescados que cocinaba en una sartén grande, para su familia y   sus amigos. “Aurelio ¿no me trae de sus lombrices?”, le pedía uno. Otro quería sus anzuelos y así trataban sus compañeros de descubrir cuál era el misterio de tanta suerte y poder contagiarse un poco. Un día iba lo más tranquilo rema

Estudiantes

En esa esquina que en primavera huele a paraíso estaban los dos estudiantes. Él, con sus jeans gastados, las zapatillas sucias y una mochila medio descosida. El Colo, como le decían en la escuela, se acomodó el gorrito de lana mirando para todos lados. Ella dejó el paquete al lado del árbol. Se tomaron de la mano. A veces todo el universo está de acuerdo y hace que dos sonrían al mismo tiempo. El viento los empujaba hacia el parque. Dos patrulleros se cruzaron delante de ellos. Ocho hombres bajaron con armas largas. El viento se detuvo y cada uno sintió un silencio mordiendo por dentro. Con palabras y empujones los arrastraron hasta la calle. Tenemos que escapar, pensó él. No hicimos nada grave, nada malo tiene que pasar, rezó ella. A los dos les temblaban las piernas y les sudaban las manos. En esa ronda de pesadilla no había mucho para elegir. El le susurró: —Cuando te diga. Y ella respondió: —Mejor nos quedamos.  Desde el otro lado, un policía miraba a sus compañeros sin deja

Otoño

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Centellea soles     como  un  limó n  cortado al medio, cada  tanto el fresno en su c alma dorada     se vuelve  escalofrío. Con la brisa, una  lluvia de hojas     me  despide.  

Susurro

El aire se deshace en palabras para llegar a tu oído, susurra un mar de caracol, se convierte en suspiro, recomienza el ciclo, con el próximo latido, la poesía  madura,  florece de tu lado y del mío.

El ombú

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¿Quién?

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¿Quién? Cáscaras, piel de cebolla… ¿Nombre, estado civil, profesión, domicilio…? No, eso no. Esperá, tengo más… La mamá de... la hija, la amiga, la vecina… La que compra en el chino, la que lleva el perrito, la que teje y desteje, la que se queda sin palabras. ¿No ves la cacerola hirviendo que llevo en la cabeza? Tengo que parar a respirar y mirar la luna. El hilo se enreda y cuesta seguir sacando. La que cree y descree, la que duda de todo y se acusa sin dudas. Doscientos seis huesos y doscientos billones de células, creen, como vos , que soy una. Es fácil confundirse desde enfrente. De este lado, caos infinito. Me da miedo trastabillar al borde del pozo. Al fondo peces escurridizos, deseos,   algunos recuerdos más allá las verdades que nunca se alcanzan.

Fin de vacaciones

La vacaciones en la costa se estaban terminando. -Por ser el último día podríamos ir hasta la playita del centro ¿Qué les parece? -le pregunté a mis hijos. -¡Sí! -contestaron los tres al mismo tiempo. ¿Podemos llevar los juguetes? ¿Y la sombrilla? -siguieron entusiasmados. Allá fuimos con todo, a la playa más céntrica del lugar. Dos horas más tarde, agotados de armar castillos y de incontables idas y venidas desde la orilla, acomodamos las bolsas para volvernos al hotel. Todo resultaba   bastante más pesado que a la llegada, entre arena, caracoles, piedritas que se fueron colando entre las cosas. El camino de vuelta era un mar de cabezas, piernas y brazos bailando entre remolinas de viento. Intenté cerrar la sombrilla. Imposible. Todo parecía complicarse. Así abierta como estaba apenas logré desenterrarla. Allá íbamos debajo: nosotros y nuestros bártulos, los más odiados de la playa. Traté de fijar la mirada en el puesto del bañero, para evitar cientos de ojos que se clavab

Lunes otra vez

Lo primero que ve es el techo blanco. Recién amanece.  Con un bostezo enorme se despereza y se despega de las sábanas blancas y del acolchado de flores que le entibiaron durante la noche. Apenas pone los pies en el suelo observa que no se sacó las medias y que se fueron acomodando como quisieron, hasta estar ahora bastante sueltas, como si les faltara relleno. Le quedan colgando pero tiene tanto sueño y los huesos le duelen de tal manera, que agacharse para acomodarlas sería una tarea demasiado ardua. Con sus pelos revueltos, la remera enorme y agujereada que usa para dormir y las medias colgando llega al baño. El espejo da cuenta de su estado. Se sonríe a si misme, pero inmediatamente la sonrisa se convierte en mueca de desagrado porque acaba de pisar un pequeño charco que su media obediente a la capilaridad absorbió por completo. Duda entre hacer pis, lavarse los dientes o abrir la ducha, y como siempre elegirá mal el orden, por lo que terminará meando a los apurones después de

A mi abuelo

A mi abuelo le encantaba ir a pescar y cantar ¡Tanto que desafinaba los peces salían del mar! ¡Pará de cantar!Ua,ua ¡pará de cantar! los peces le decían: "¡Pará de cantar!" Canoa , caña y anzuelo así pescaba mi abuelo en charco, río o laguna esperando su fortuna que entre canción y canción aparezca un tiburón. ¡Pará de cantar!Ua,ua ¡pará de cantar! los peces le decían: "¡Pará de cantar!" Tanta desafinación, los peces enloquecían, lo único que pedían, que termine su canción. Pero entre canción y canción mi abuelo pescó un montón. ¡Pará de cantar!Ua,ua ¡pará de cantar! los peces le decían: "¡Pará de cantar!"

La casa de mi amiga. Diario de Dafna

En la casa de Rosario, todo es reluciente y bonito. A mí me hubiera encantado tener una casa como esa: ordenada, nueva, con olor a pintura y a madera. En la cocina enorme, había una mesa con un mantel de flores.   La mamá de Rosario puso tazas, jarritas, galletitas, dulces, mientras nosotras sentadas esperábamos un poco inquietas. Todo parecía de cuento. Tomamos la leche, hablamos de la escuela, de los programas de la tele y de lo que habíamos hecho el fin de semana. Menos mal que nada se me cayó al piso. Tampoco me acordé de que pudiera pasarme algo así. Después de tomar la leche la mamá de Rosario nos dijo que podíamos ir a jugar al cuarto. Yo no tenía un cuarto para mí. Solo un cajón con juguetes, un escritorio para hacer la tarea y mi cama en el comedor. – ¡Esta casa es un palacio!–, me salió desde adentro. Rosario se rio y empezó a mostrarme su colección de muñecas y vestidos, zapatitos, carteras y muebles. – ¡Qué bueno! nos vamos a divertir un montón– dijimos las dos al m

Y vos ¿en qué crees? Diario de Dafna

Rosario terminó siendo mi mejor amiga. Ya no peleábamos tanto y la pasábamos bien. Un día la llevamos a pasear con mi mamá y también vino a mi casa a tomar la leche. En su casa a veces jugábamos con las muñecas, otras en la play con los juegos de Pedro, el hermano grande de Rosario que estaba en tercer grado. Otras veces mirábamos la tele. Un día vimos unos señores con polleras muy largas que daban muchas vueltas sin marearse. A mí de chiquita me gustaba hacer eso. Cuando me caía al piso de tanto girar, todo daba vueltas alrededor mío y tenía una sensación en la panza como de vomitar. Pero no era tan feo. En la tele decían que esos señores rezaban así, entonces Rosario me preguntó: – ¿Vos cómo rezás? – ¿Eh?, yo no rezo – le dije – mi papá dice que dios no existe y mi mamá que sí pero que no es de ninguna religión. –Ah, mirá: yo te muestro cómo rezo. Te ponés así, y hacés esto, ¿ves? – Entonces Rosario hizo un montón de gestos. – ¿Y por qué hacés todo eso? – le pregunt

De limpieza

Hoy estoy de limpieza. Ando escudriñando los rincones   para deshacerme de lo que no sirve  y ser un poco más minimalista. abro puertas y cajones  documentos en blanco y negro, doble faz por las dudas, ecografías, partidas de nacimiento, las primeras vacunas, un mamá te quiero con lápices de colores y un moñito pegado, mi hija mirándome desde una hamaca imaginando una ronda de hermanos, un collar de fideos quemados, algunas agendas de otros años que guardo como guía,  por si alguna vez viajo al pasado, billeteras que envejecieron esperando llenarse, las entradas compartidas para ver a Paul McCartney y a Soda Stereo,  algunas peñas con amigos, chacareras,  piso de tierra, boletos de paseos con sol, con risas, todos juntos, un museo de ciencias naturales,  caritas de asombro, las charlas de plantas y animales en la sobremesa, un mapa de la isla Martín García, (a estas alturas creo que no me deshago de nada) listas de compras,  de deuda

Los libros de la tía

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Mi tía había decidido deshacerse de tantos libros ahora que su marido había muerto. En su vida de periodista sin la facilidad de internet los había coleccionado de todos los temas y colores.  La pobre se sentía como el aprendiz del brujo atrapada entre tantas letra escrita y nos pidió auxilio. Allí fuimos sus sobrinas dispuestas a darle una mano. Seleccionamos los libros que a cada una le gustaban, repartimos  todo lo que pudimos entre amigos y vecinos e hicimos un paquetón con el resto. Fuimos a la biblioteca de Avenida La Plata. La bibliotecaria muy amable desistió nuestra oferta, contándonos con pena que era posible el cierre de la biblioteca porque ya casi nadie consultaba sus libros. Sin desalentarnos llegamos a la feria del parque Rivadavia. Aunque recorrimos puesto por puesto nadie quiso comprarlos. Un poco cansadas nos sentamos en un banco y se nos ocurrió acomodarlos ahí. La gente podría verlos y se los ofreceríamos como regalo. Pasó mucha gente. La mayoría nos miraba s

Dafna inventa palabras

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Dafna dibuja con el dedo sobre el vidrio empañado. Su mamá en la cocina prepara el almuerzo. Es domingo, y  los domingos fríos y lluviosos son un poco tristes. A Dafna le gusta ir a la plaza a jugar con otros chicos. Cuando está en su casa sin sus amigos alrededor, da vuelta el cajón de madera que le regaló su abuelo. Se sienta con los muñecos de peluche alrededor del cajón. Pone un mantelito que le dio la abuela. Sobre el mantelito  pone   unas tazas, platos, una pava de plástico. En el baño llena la pava con agua para hacerla más real. En la cocina busca la lata de bizcochitos. Saca algunos que están partidos en el fondo. Ahora con todo listo conversa animada con sus muñecos y les sirve café hasta dejarlos completamente empapados. —De grande voy a ser inventora— le dice Dafna al oso amarillo. —Ah ¡Qué interesante!—contesta su oso— ¿Inventora de qué? —Muy buena tu pregunta señor Oso.T endría que ver porque todavía no inventé nada.   Dafna se rasca la cabeza como buscando

¿Realidad?

¿Qué es la realidad?  ¿Lo que veo? Eso me preguntaba , pero un par de días atrás, mi ojo derecho se había vuelto miope. Me tapé el izquierdo y a más de treinta centímetros las caras se  desfiguraban  . Un poco más lejos la gente no tiene  boca ni ojos.  Busqué  alguna respuesta en el cielo , pero a la luna también se le habían perdido las facciones y l as estrellas parecían hechas  pedazos, como si las mirara a través de un cristal tallado. El derecho era mi ojo sano, con el que veía“cómo realmente es”. El otro, astigmático de nacimiento, me hacía creer que todo era más largo y delgado. Mis amigos se divertían escuchándome contar lo que veía con ese ojo. Pero el derecho era el que tenía la razón y era mi parámetro de lo real. "Entonces ¿lo que escucho es lo real? ¡Qué bueno saberme con buen oí do!Casi no se me escapa nada" me dije. Pero algo me inquietó. En la ciudad es raro encontrar silencio y justo ese domingo a las 10:00  de la mañana, pocos autos en la calle, poca gen