Razones para amar a una biblioteca en un puente. Porque desde allí puedo ver el camino del sol. Porque parece un pedazo de campo que se niega a partir. Porque la luna llena se prepara para iluminar la vuelta. Porque el cielo escribe con caligrafía de nubes y las lluvias se suspenden. Porque allí, el cielo nos escucha. Porque ponemos música y bailamos en ronda. Porque el espacio invita. Porque nos esconde del barrio apurado. Porque allí los poetas son bienvenidos. Porque crece el pastito sin que nadie vigile. Porque en la hondonada por donde pasa el tren a veces imagino un río de agua torrentosa. Porque es una biblioteca sin techo. Porque en una biblioteca sin techo los pajaritos de la cabeza pueden salir volando. Porque en una biblioteca sin puertas ni candados todos son bienvenidos. Porque en una biblioteca sin techo, el sol ilumina cada palabra. Porque cada uno encuentra sus palabras. Porque hay palabras de tinta, palabras de hilo, palabras de aire. Porque una banda de grillos n...
La poesía no sirve para nada. Qué hacemos con este susurrador en mano, yendo de acá para allá, ofreciendo poesía como quien ofrece pañuelitos o curitas, pero gratis. De vez en cuando, alguien te mira con ojos desorbitados cuando le preguntás si quiere escuchar una poesía. A veces ni te responden y apuran el paso. Igual seguimos, hoy en la plaza, ayer en una marcha, otro día en una asamblea… También hay circunstancias felices, niños y adultos que buscan a las susurradoras, que nos traen de la mano a otros, para que pasen por la experiencia. Hay muchos que te dicen: es lo que necesitaba escuchar, otros respiran hondo como para nutrirse del aire poético que les acaba de llegar. Hoy, colocan en mi barrio una baldosa de la Memoria. ¿Todavía siguen con las baldosas? pregunta un tipo que pasa entre fastidiado y desafiante, pero se va porque nadie le contesta. El grupo se sigue nutriendo de gente y más gente. Parece increíble pero en este momento, poner una baldosa, hacer un acto por un desapa...
El Coleccionista En el parque Rivadavia todos conocen a mi abuelo.Cuando él saca nuestro cofre de madera aparecen sus monedas. Entre los coleccionistas me quedo escuchándolo. La de 1960 tiene al cabildo, se la regaló su papá cuando empezó el jardín; la del 78, un estadio de fútbol, la ganó con su primer trabajo, con la de 1820, inventa siempre algo distinto sobre calles de barro y la quinta de los Lezica. Se que por nada en el mundo las vendería. Después desayunamos en el bar de enfrente: café con leche y medialunas. Cuando sea grande yo también quiero contar historias.
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