La despedida
Apenas se veía por la ventana. El vidrio estaba empañado y la hora temprana no terminaba de despertar a los vecinos. La mayoría de las luces del edificio de enfrente estaban apagadas y en el cielo solo había una luz tenue de amanecer. Desde su cama, Irene repasó que tendría que comprar cortinas un día de estos y tal vez una persiana de madera para frenar un poco el aire frío que congelaba las buenas intenciones de la estufa vieja. Todavía inconsciente por el sueño, manoteó el espacio vacío de su marido que ya se había ido a trabajar un par de horas atrás. Con un gesto casi infantil se dio vuelta, arropándose hasta la cabeza con las frazadas e inmediatamente se incorporó para asegurarse que la bebé estuviera abrigada en su moisés. Le sonrió y se sintió protegida. Pensó que eso era raro, pero que igual lo sentía así. Esa bebé de cuatro meses, rosada, de pelito suave, de nariz respingona, de ojos redondos y brillantes, de boca gordita, la protegía de sus miedos, de sus pesadill...