¿Realidad?

¿Qué es la realidad? ¿Lo que veo? Eso me preguntaba, pero un par de días atrás, mi ojo derecho se había vuelto miope. Me tapé el izquierdo y a más de treinta centímetros las caras se  desfiguraban . Un poco más lejos la gente no tiene boca ni ojos. Busqué alguna respuesta en el cielo, pero a la luna también se le habían perdido las facciones y las estrellas parecían hechas pedazos, como si las mirara a través de un cristal tallado. El derecho era mi ojo sano, con el que veía“cómo realmente es”. El otro, astigmático de nacimiento, me hacía creer que todo era más largo y delgado. Mis amigos se divertían escuchándome contar lo que veía con ese ojo. Pero el derecho era el que tenía la razón y era mi parámetro de lo real.
"Entonces ¿lo que escucho es lo real? ¡Qué bueno saberme con buen oído!Casi no se me escapa nada" me dije. Pero algo me inquietó. En la ciudad es raro encontrar silencio y justo ese domingo a las 10:00 de la mañana, pocos autos en la calle, poca gente, apoyado en la baranda del balcón, escuché un silbido. Dudoso, entré al cuarto y el sonido seguía ahí. Desenchufé todos los electrodomésticos de la casa. Abrí la puerta. Tal vez el vecino... pero no. El silbido volvió a aparecer, una y otra vez, por todos los rincones de la casa. "¿Justo hoy se me ocurre preguntarme qué es la realidad? ¿Cómo podría  contestarme viendo con un par de ojos que ven cualquier cosa y escuchando sonidos que están solo adentro de mi cabeza?"
"Esto no importa", me dije entonces dándome ánimo. Me dejé fluir: "inspiro, espiro". Ahí estaba mi corazón, mis sentimientos. Sin embargo, casi sin pensar recordé que el médico me había diagnosticado  un problema hormonal . Relajarme quedó para otro día y me puse a buscar información en Internet. Me enteré entonces, por Wikipedia que "cuando este tipo de problemas no se descubren a tiempo pueden llevarle al enfermo a creer que su estado de ansiedad y depresión son problemas psicológicos". 
"¿Qué es la realidad?" Seguí preguntándome ya bastante desilusionado. "Por suerte y contra todas las dudas tengo los pies bien en la tierra", me dije, tratando  de acallar mi mente. Las plantas de los pies sentían el suelo. La fuerza de gravedad aún me arraigaba dándome sentido de pertenencia.
Y de repente, perdí en un segundo esa sensación de apoyo, mientras  un pie se levantaba levemente del piso. Intenté bajarlo, pero nada. Salí a la calle para no angustiarme más. Nadie se dio cuenta. Así anduve un buen rato. Rengueando entre la gente. Dos cuadras más y mi otro pie se elevó también. Ahora iba apenas suspendido en el aire sin tocar la tierra. Tal vez hubiera sido lo mejor en mi adolescencia ávida de experiencias, pero ahora era lo que menos quería y esperaba. En algún momento la gravedad me abandonó por completo y mi cabeza dio contra un techo. Después, todo se apagó y la realidad se esfumó en un vacío sin prisas.

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