Susurros



La poesía no sirve para nada. Qué hacemos con este susurrador en mano, yendo de acá para allá, ofreciendo poesía como quien ofrece pañuelitos o curitas, pero gratis. De vez en cuando, alguien te mira con ojos desorbitados cuando le preguntás si quiere escuchar una poesía. A veces ni te responden y apuran el paso.
Igual seguimos, hoy en la plaza, ayer en una marcha, otro día en una asamblea…
También hay circunstancias felices, niños y adultos que buscan a las susurradoras, que nos traen de la mano a otros, para que pasen por la experiencia. Hay muchos que te dicen: es lo que necesitaba escuchar, otros respiran hondo como para nutrirse del aire poético que les acaba de llegar.
Hoy, colocan en mi barrio una baldosa de la Memoria. ¿Todavía siguen con las baldosas? pregunta un tipo que pasa entre fastidiado y desafiante, pero se va porque nadie le contesta. El grupo se sigue nutriendo de gente y más gente. Parece increíble pero en este momento, poner una baldosa, hacer un acto por un desaparecido en la Dictadura Militar es fuerte, más fuerte que otros años. Se va pareciendo al tiempo de las primeras baldosas, a alguien se le llenan los ojos de lágrimas. Susurramos y nos abrazan, susurramos, nos miran a los ojos y agradecen. Entregamos los poemas y los guardan con cuidado en el bolsillo.
Y en el pequeño acto hay palabras que conmueven y aparece un poeta que lee su poesía y aparece un obrero y lee otra poesía. Y así reafirmamos su sagrada inutilidad: un pedacito de tiempo detenido en la palabra justa.
Ana Casale

 

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