6a.m. salto de la cama, ducha, lavado de dientes ropa ya elegida la noche anterior para no perder tiempo. Dos mates , tres tostadas. Hay que tener todos los sensores atentos. Increíble como el tiempo es, a esas horas, una bandita elástica. un ratito más debajo del agua tibia puede hacerme llegar diez minutos tarde. No me lo puedo permitir.Mochila y afuera. Los porteros lavan la vereda intercambiando chorros de agua y los últimos chismes del barrio; los saludo mientras sigo paso firme hacia la parada del colectivo. La fila es eterna. Muchos de los pasajeros tienen nombre en mi cabeza: la desmayada, el fortachón, el ekeko y así; tomo lista. Palpo los bolsillos buscando la Sube. El chofer sonríe, es amable… ¡es el actor de stand up que vi anoche en el teatro! no se si pedirle que cargue mi tarjeta o me de un autógrafo. ¿Sooos vos? ¡Si! grita alguien, más atrás, ¡Un actorazo! Llego a decirle que me encantó y el me sonríe tímidamente. En segundos vuelve a ser el chofer, como en esas dobles vidas de Hombre Araña o del Zorro.
Ana CasaleEntradas populares de este blog
Las monedas del abuelo
Dentro del cajón, una caja, dentro de la caja, un cofre de madera. Tus manos de papel, temblorosas, abren el tesoro. Redondas, desgastadas algunas y otras refulgentes monedas. Rescatadas con palabras para que el olvido no las vuelva a enterrar. Desde el cofre abierto una cascada musical cae sobre las baldosas negras y blancas. Cada una encierra un secreto. La de 1820 es nuestra favorita. Una mujer la entregó por una cesta con pasteles dorados, me decís. Y yo imagino a las mujeres paseando con sus abanicos, a los hombres de poncho y sombrero. Juntos viajamos en el tiempo por esas calles de barro, en una Buenos Aires de tambores negros. Tintinean y caen. Quiero escucharte una y otra vez contar esas historias: la que servía para comprar una botella de leche, la que te regaló tu padrino el día que le cantaste un tango. Juntos les sacamos brillo y sigo tratando de hacerlas girar en el aire como solo vos sabés hacerlo. Cada una tiene tu acento y tu recuerdo. Nuestro tesoro decís, poniendo
Bucaresti
Mi primer viaje a otro país y a otro continente. Una temporada con la boca y los ojos abiertos, como si fuera niña otra vez. Todo tan nuevo que hasta mis sueños cambiaron de temas, formas y colores. ¡Otro idioma! Cuando lo escucho, también pienso en los sueños: reconozco palabras pero no llego a entender de qué están hablando. Estoy en el barrio Cotroceni, en el sector 6 de la ciudad de Bucarest, una ciudad casi redonda, un barrio más redondo aún, tanto que la calle por la que camino, la Strada Dr Louis Pasteur, pega la vuelta. Hay muchas casas señoriales, de dos plantas, con techos de tejas, jardines que dan a la calle cubiertos de enredaderas, entre otras de corte moderno, amplias con inmensos ventanales. Las veredas son angostas, un poco por el ancho real y otro porque los autos se estacionan montados . Es otoño, y la maravilla de castaños, hayas, magnolias, plátanos y jaboneros de China me llenan los ojos de verdes, dorados, naranjas. Caminar por esas callecitas es una fiesta p
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