Los libros de la tía

Mi tía había decidido deshacerse de tantos libros ahora que su marido había muerto. En su vida de periodista sin la facilidad de internet los había coleccionado de todos los temas y colores. 
La pobre se sentía como el aprendiz del brujo atrapada entre tantas letra escrita y nos pidió auxilio.
Allí fuimos sus sobrinas dispuestas a darle una mano. Seleccionamos los libros que a cada una le gustaban, repartimos  todo lo que pudimos entre amigos y vecinos e hicimos un paquetón con el resto.
Fuimos a la biblioteca de Avenida La Plata. La bibliotecaria muy amable desistió nuestra oferta, contándonos con pena que era posible el cierre de la biblioteca porque ya casi nadie consultaba sus libros.
Sin desalentarnos llegamos a la feria del parque Rivadavia. Aunque recorrimos puesto por puesto nadie quiso comprarlos.
Un poco cansadas nos sentamos en un banco y se nos ocurrió acomodarlos ahí. La gente podría verlos y se los ofreceríamos como regalo. Pasó mucha gente. La mayoría nos miraba seria, muy seria, como si detrás de la oferta hubiera una trampa.
 Finalmente una mamá con su hijo se quedaron conversando un rato con nosotras y eligieron algunos, después una pareja y un señor mayor se llevaron otros más.
Pero pasaron las horas y aún teníamos mucho para ofrecer. Guardamos todo, nos disponíamos a volver cuando vimos, rodeando al ombú del parque, cinco o seis hombres abrigados cada uno con su frazada Un par de ellos leían unos folletos. Entonces se produjo el milagro, nos acercamos, les ofrecimos los libros y no solo los aceptaron sino que enseguida eligieron que ponerse a leer. Nos despedimos alegres, ellos y nosotras.
Caminamos un poco y quedamos a la distancia mirándolos. Unos hombres en la calle, debajo del ombú leyendo cada uno su libro como si no hubiera nada más.


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