LEYENDA DEL JACARANDÁ
En un tiempo tan antiguo que ya nadie recuerda, hubo dos
pueblos vecinos a orillas del río Paraná.
Unos, los del fuego. Sus casas tenían las casas con techos
del color incendiado y con ese mismo color se vestían y adornaban. Al atardecer
se juntaban a cantar, a contarse historias y a comer el pescado que les proveía
el río.
Los otros eran los del cielo. Acostumbraban reunirse a plena
luz del día bajo el sol y las nubes. Con este color se pintaban la cara y
salían a navegar por las aguas en sus canoas de junco.
Cada tanto los del fuego se aventuraban más allá de su
territorio. Pero al encontrarse con sus vecinos enseguida comenzaban los
pleitos.
Un día, Katu y Arami se cruzaron a mitad de camino. Cada uno había salido
de su pueblo. Uno de los del cielo, la otra de los del fuego. Así fue como se
conocieron. Tan jóvenes. Tan distintos ellos. Tan enamorados quedaron.
Una y otra vez partieron de sus hogares para volver a verse,
hasta que esto fue sabido por todos. Tan largas las lenguas de todos.
Si hubo un acuerdo entre cielos y fuegos, fue el de rechazar
que estos jóvenes se unieran. Y así aunque las madres de ambos lloraron e
imploraron, la decisión fue expulsarlos de sus clanes por indignos.
Katu y Arami se encontraron a mitad de camino con la pena de
no volver a ver más a los suyos pero también con la alegría de estar juntos.
Nadie supo más de ellos. Tan lejos, sin la protección de los
suyos.
Pasó mucho tiempo. A mitad de camino, donde los jóvenes se
vieron por primera vez, creció un hermoso árbol. Sus flores eran de un color
desconocido hasta entonces. Un hermoso color violeta. Una mezcla de fuego y
cielo. Como si el amor de Katu y Arami hubiera podido juntar dos pueblos tan
distintos.
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