Dentro del cajón, una caja, dentro de la caja, un cofre de madera. Tus manos de papel, temblorosas, abren el tesoro. Redondas, desgastadas algunas y otras refulgentes monedas. Rescatadas con palabras para que el olvido no las vuelva a enterrar. Desde el cofre abierto una cascada musical cae sobre las baldosas negras y blancas. Cada una encierra un secreto. La de 1820 es nuestra favorita. Una mujer la entregó por una cesta con pasteles dorados, me decís. Y yo imagino a las mujeres paseando con sus abanicos, a los hombres de poncho y sombrero. Juntos viajamos en el tiempo por esas calles de barro, en una Buenos Aires de tambores negros. Tintinean y caen. Quiero escucharte una y otra vez contar esas historias: la que servía para comprar una botella de leche, la que te regaló tu padrino el día que le cantaste un tango. Juntos les sacamos brillo y sigo tratando de hacerlas girar en el aire como solo vos sabés hacerlo. Cada una tiene tu acento y tu recuerdo. Nuestro tesoro decís, poniendo
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