Avis Dei

 Cualquiera podría comprobarlo, "Avis Dei" es un bar de la avenida Scalabrini Ortiz. Ahí estaba yo tomando un café. Frente a mí, cuatro mujeres conversaban alrededor de una mesa con velitas encendidas y copas grandes de vino tinto. Solo se parecían en la edad, por lo demás eran completamente diferentes, como una reunión de muñecos puestos a tomar el té. Algo me hacía mirarlas y tratar de escuchar la conversación que mantenían. La más rubia contaba algo de su viudez y sobre una mudanza para alejar recuerdos. Hablaba de sus planes hacia futuro, compartir una galería de arte o algo así. La de pelo negro, lacio y brillante dijo contó sobre un taller de cerámica. Creo que intentaban armar un proyecto juntas y a medida que cada una intervenía, el grupo se volvía más animado. Algo en sus gestos, en su conversación me resultaba familiar. La pelirroja de rulos sacó un paño que colocó con cuidado y un mazo de cartas de tarot. Me pareció algo extraño de ver en un bar, pero a la vez contribuía a interesarme más en ese grupo. Mientras desplegaba las cartas hablaba de un cuadro al que describía con detalles y que reconocí inmediatamente. Se trataba de “Los remeros de Renoir”: La mujer de azul con capelina y un perrito en brazos, el hombre de camiseta blanca, parado detrás. Coincidencia, ese cuadro estaba en la casa de mi abuela, quien una y otra vez había intentado infructuosamente enseñarme a pintar con óleos. El mozo me acercó una copita con un líquido transparente y una flor, que había repartido en otras mesas. Bebí hasta el fondo como si lo hubiera pedido, pero al abrir los ojos me vi frente a las mujeres de las que hablaba. Eran mis amigas, de toda la vida. Pese a las marcas de los años pasados, las reconocía perfectamente. ¿Cuándo había pasado todo eso? Carreras, hijos, mudanzas, muertes, enfermedades, separaciones, premios, triunfos. Supe en ese momento que yo era la mujer de rulos, o estaba en su interior. Me sentía arrepentida de no haber aprendido nunca a pintar y en lugar de eso terminar en una oficina de la que ya me estaba jubilando. Preocupada por el juicio contra mi marido, un maltratador irrecuperable, intentaba enfocarme en la tirada de cartas. Un remolino de pensamientos oscuros, dolor en todo el cuerpo, sensación de cansancio, trataban de imponerse a la alegría que parecía rodearme. Solo un segundo después volví a estar sentada en mi mesa, aliviada. Frente a mí, de las mujeres solo quedaban sus copas casi vacías. Dudé de mi percepción. Al sacar de mi bolsillo unos billetes para pagar, cayó una carta boca abajo. No me animé a levantarla. En lugar de eso me levanté y me dirigí a la salida. Volví a leer el cartel del bar: “Avis Dei, bar de pócimas”. Al abrir la puerta sentí que el aire tibio me regalaba la alegría del tiempo por delante. Volveré algún otro día, me dije, pero con más coraje.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Los duendes de la primavera

Razones para amar a una biblioteca en un puente

Susurros