Tres rosas amarillas

 Aterrizar en Madrid después de pasar una temporada en otro país con un idioma diferente, fue como caer en los brazos de mi madre. Volver a escuchar las frases que entiendo, captar la ironía, los chistes, poder leer todos los carteles, fue  algo así como haber mirado largo rato alguna de esas imágenes 3D que parecen ser solo diseños extraños hasta que por fin se despliega la imagen real. 

Íbamos a cenar y, de paso al restaurante, encontré  la vidriera de una librería que me recomendaron: "Tres rosas amarillas". Aunque estábamos apurados, quise entrar.

No podía dejar de mirar. Como si hubieran puesto ahí mis objetos preferidos: libros pop-up y móviles. Necesitaba atesorar lo que veía. No alcanzaba con mis ojos. Como si buscara más bolsillos para guardar puñados de monedas de oro, pensaba en otros ojos queridos que me ayudaran a guardar esas imágenes. 

Como para poder salir de ese trance, abrí el libro que tenía enfrente. Apareció entonces una hoja negra troquelada con la figura de Mary Poppins con su bolso y su paraguas abierto y en la página siguiente…

 -Mira, eso tienes que ponerlo bajo la luz para poder apreciarlo- dijo el librero. 

 Me acercó una lámpara. La sombra de Mary Poppins se ubicó sobre el paisaje de la página siguiente.

Quise llevármelo, pero el librero me dijo que lo tenía de muestra y que traería más para el mes siguiente. Volveré, le dije y me dije.

Desde afuera me hacían señas, entonces volví a la realidad con la cabeza llena de maravillas. 

Ana Casale



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