Dos bisabuelos

 Después de recorrer los caminos estrechos de montaña sembradas de casitas a orillas del mar, de llenarnos los sentidos con los limoneros maravillosos y fragantes plantados en los bordes, las delicias que íbamos probando por los pueblos más bonitos que te puedas imaginar: Santa Ágata, Positano, Praiano, Amalfi, Ravello, Juan y Meli me preparaban una sorpresa: el peregrinaje hacia la tierra de mis  bisabuelos.


Es extraña la forma en la que a veces nos conectamos con nuestros antepasados, a quienes no conocimos con vida: a veces son anécdotas, mínimas descripciones, un objeto que los trae, un trámite para simplificar algunas cuestiones de la vida.


Tomamos una ruta que nos saca de ese fondo de pantalla. Ahora el camino podría ser la autopista de cualquier lugar del mundo. Justo ahí comienza nuestro peregrinaje. Un cartel indica el camino hacia Avellino. No se si los italianos son menos ansiosos que nosotros pero no hay kilómetros que indiquen cuánto falta para llegar. Igual todo está perfectamente señalizado para orientarnos.


Vamos en la ruta de tus antepasados, de paso de los míos, dice Juan. Hago cuentas: ocho bisabuelos, para Juan son dieciséis tatarabuelos. Gente de todas partes. Esta vez se trata de dos que de casualidad vivieron bastante cerca.


El viaje se pone raro; hasta ahora coreamos a Coldplay, contamos anécdotas, comentamos lo que veíamos. Ahora cada uno está sumido en su nube. La misma pequeñez que se siente cuando miramos el cielo lleno de estrellas parece venir con esta idea de cuánta gente hizo falta poner en escena para que estemos nosotros tres, hoy en esta ruta.Y esta vez, dos de nosotros volviendo sobre sus pasos, los de Alfonso Casale y Juan Mattiaccio.

De uno tenemos la partida de defunción, del otro pedacitos de historias contadas por mi abuela y mis tías.


¿Qué sabemos de sus sueños?¿ cómo pensaban?¿ a qué le temían?¿qué sufrieron?¿qué amaron? ¿que los alegraba? todo eso corre por nuestra sangre y le da cuerda a nuestro corazón.


Llegamos a Avellino, no era el pueblito que me imaginaba, sino una ciudad. Seguramente fue mucho más pequeña cuando Alfonso caminaba por estas calles. Es domingo, hora de la siesta y no hay nadie. Es para mi algo triste, casi insoportable. Juan y Meli se dan cuenta que no quiero estar ahí donde no hay rastros. Me proponen jugar. Vamos a sacar fotos de recuerdos inexistentes dice Meli: el banco donde se sentó a emborracharse con sus amigos; la fuente donde se tiró de cabeza; el zaguán donde le dio un beso a su primera novia.

Ya de mejor humor nos sentamos a tomar un café. El hombre que nos sirve nos pregunta de dónde somos,¡Qué lejos! dice. En varios idiomas llegamos a completar algunas ideas. Me llevo una servilleta de recuerdo.


Ahora si vamos a buscar lo que quede de la familia Mattiacci o Mattiaccio según quien lo haya anotado en el registro.


Campobasso es verde, montaña, casas blancas. Para llegar a Acquaviva Collecroce hay que subir un camino angosto para un auto pequeño. A ambos lados árboles, mucha vegetación, vemos cruzarse a un par de zorritos. Juan maneja, Meli y yo sacamos fotos a todo.¡Pará! dice Meli ¡Ahi está el cartel! ¡Acquaviva Collecroce! 

Ahi es cuando ves que las palabras no son siempre las mismas, ese nombre lo escuché tantas veces en boca de mi abuela y ahora es como estar adentro de su cabeza viendo esa imagen que se le representaba cada vez que la pronunciaba. 


Mi bisabuelo se hizo cargo de criar a mi mamá y a mi tía. 

Vino a Argentina a los trece años, en barco. Escondió a su prima de quince en la bodega. Ella escapaba de un casamiento. En Argentina trabajó en changuitas hasta conseguir un puesto en el ferrocarril. Se casó con una mujer dulce, que cosía maravillas y tuvo doce hijos.


Las referencias le van poniendo piel, una cara, gestos. Mi tía tenía en su memoria la mano que la llevaba a pasear, que le limpiaba las rodillas cuando se caía.


Nos sorprende un cartel escrito en Italiano y croata.

Los que están sentados en la calle tomando algo se dan vuelta. Parece que acá no llegan turistas. Somos forasteros y se hizo de noche.


Una mujer sale de la casa con un perro. Nos acercamos con nuestro mal italiano. Nos saluda amable

No se en que idioma, pero nos entendemos, de dónde vienen, de argentina oh qué lejos, si, estamos buscando el lugar donde vivía mi bisabuelo Mattiaccio, me suena pero ya no están  por aquí ¿conoce algún lugar donde dormir? no tenemos posadas, van a tener que hacer unos kilómetros, hasta Parco delle Stelle. Ahí van a poder cenar y descansar. Muchas gracias. Hasta mañana.


Parco del estelle es una posada que quedó en el tiempo, donde la gente del lugar hace sus fiestas. Tiene un salón enorme. Nos sorprendemos de ver unas cuantas mesas ocupadas Todos se conocen. Por suerte nos sonríen amables.


La comida es exquisita y nos traen extras para que probemos zucchini al escabeche.El postre es una delicia de limón.


 Volvemos a Collecroce . A mi me da vergüenza preguntar, pero Meli entra al bar y le cuenta nuestra historia al encargado que la acompaña hacia un grupo de hombres sentados en una mesa: ¡Oh, si Mattiaccio, pero hace muchos años atrás! Ya no queda ninguno de ellos. Acá somos quinientos habitantes y nos conocemos todos. 

Dos se levantan y vienen hacia nosotros. Repiten sus palabras, si siguen por este camino llegan a la intendencia, ahí puede que encuentren a Franco, él les va a contar, sabe mucho de la historia de este lugar. Muchas gracias, allá vamos.


Las casas son de piedra y las puertas de madera, bastante bajas. Nos sorprende ver que algunas están vacías. Llegamos a la intendencia, está cerrada. Sobre las paredes, a cada lado, un memorial de la primera y segunda guerra mundial. Los Mattiaccio a uno y otro lado: Filomena, José, Luis, los mismos nombres que se repiten en la familia por esa costumbre de poner el nombre de los abuelos. Una placa habla de un bombardeo. Siento que se me eriza la piel y un temblor me recorre el pecho.


El silencio se hace espeso. Registro las piedritas que crujen bajo nuestras zapatillas.


Todo Collecroce ya se enteró de nosotros, los forasteros que andan buscando rastros de los Mattiaccio.


Damos una vuelta, el camino de casas baja y sube  en una esquina un poste de madera con carteles  de ciudades y distancias: Roma, Moscú, Dubai. Una pareja en la puerta de su casa nos saluda: nos contaron que vienen buscando a los Mattiaccio,los últimos se fueron a Australia.¿De Buenos Aires vienen? Vamos a tener que agregar un cartel. Les podemos mostrar donde vivían eso sí. Nos acompañan unos metros, todo está cerca y allí vemos parte de lo que fue la casa de la familia. Imagino a mi bisabuelo corriendo, tirando piedras, jugando a las escondidas.


Gracias, gracias,¡Son tan amables!. ¡Vuelvan cuando quieran! Escriban. Adiós.


Vemos un último cartel pegado en la pared antes de subir al auto despidiendo a una mujer de noventa y dos años fallecida unos días antes de que llegáramos : María  Stefanelli Mattiaccio. Como si los antepasados nos estuvieran mandando una señal.










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