El Pombero


Dicen por ahi que hay un ser que a veces se aparece a los campesinos del lugar. Con algunos de ellos hace trato y hasta los protege tanto como a sus propias aves. El Pombero, el Cuarajhi Yara anda recorriendo los montes por las tardes para que nadie se atreva. Los pájaros amigos se le acercan y le agradecen con su canto. Vuelan entre las ramas de los ceibos encendidos y algunos se posan en su gran sombrero alado.Vaya a saber porqué razón esos chicos habían llegado con su maestro. Cargados sus morrales con ruidos de frascos,pinzas y lupas parecían dispuestos a llevarse todo lo que les llamara la atención. El maestro daba indicaciones y los niños cada tanto dejaban sus cosas para ir a escucharlo. El calor hacía densos los movimientos y a eso se sumaba la dificultad de caminar con botas entre los yuyos crecidos. El maestro debió saber de la existencia del Pombero. Debió pedirle permiso para lo que habían ido a hacer. Pero siempre hay quienes ignoran a los seres de la selva, igual que ignoran el idioma de los pájaros, el canto de los árboles, o los susurros rojos y violetas del atardecer.
La orilla del río invitó al maestro y sus alumnos a acercarse. El hombre se descalzó para mostrarles una profunda cicatriz en su pantorrilla. Les advirtió con esto que tuvieran cuidado porque las rayas clavan su aguijón a quien se mueva distraído. Y allí fue una niña del grupo quien se animó a entrar. Dejó la ropa en un atadito y se metió con sus botas y su malla a las aguas frescas del Uruguay. Mientras arrastraba sus pies por el fondo barroso, se iba hundiendo con placer en el río. Un pájaro se le acercó para cazar algún pez. La niña dio algunos manotazos con intención de atraparlo. El maestro se distrajo mostrándole a los demás un cuero de curiyú que avanzaba rápido por el agua. Luego se volvió para tranquilizar a la niña que tal vez confundiera esa piel con la misma boa. Pero ella ya corría desesperada hacia la orilla dando grandes zancadas. La sostuvieron por los brazos cuando se derrumbaba casi sin aire y con los ojos desorbitados. Al rato, sus compañeros le hacían bromas creyendo que era el cuero lo que la había asustado. Poco a poco dejaron de reír. Algo más había en esa mirada extraviada. Ni el fuego pudo hacerla entrar en calor. Ni siquiera sintió hambre mientras los demás devoraban las viandas que habían llevado para la cena. Cada tanto interrumpían el cuchicheo para mirarla o decirle alguna palabra. Sus compañeros estaban preocupados por lo alterada que se la veía . La idea de explorar se había diluido con aquel incidente. El maestro se sintió algo perdido. La nena siguió temblando hasta entrada la noche. Como pudieron, la arrastraron hasta el interior de la carpa para poder descansar. Se reunieron todos allí adentro. Ya era bien tarde. Entonces el maestro sacó un libro muy viejo de la bolsa para leerles algo antes de dormir y comenzó la leyenda del Pombero. Les contó de sus formas cambiantes y de su cuidado por los pájaros del lugar.La niña supo entonces el nombre de lo que había visto pero sus palabras ya se las había llevado el mismísimo, en su bolsa, arrastrado por la corriente.

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