Viaje de vuelta
—¿No te merecés un taxi? Mirate, estás agotada, trabajaste todo el día, llevás tres bolsas, al bebé, los chicos, las mochilas...
Después de este diálogo interno, la mano se le levanta sola ante un Fiat negro y amarillo que se acerca con su insinuante luz roja, invitando a subir.
La noche tibia y húmeda desparrama colores y luces. Autos, vidrieras, gente yendo y viniendo.
Una mano amable, abre la puerta trasera. Un ciclón de bultos y chicos la empuja hacia el interior del auto.
Con un pie tantea el espacio y logra esquivar el marco de la puerta.Tambaleando ocupa, felizmente, los centímetros cúbicos que le dejan.
Con una mano sostiene al bebé, con la otra busca las llaves de casa en los bolsillos. Si, ahí están.
Solo falta encontrar el cambio para pagar el viaje.
Saca de la cartera, algunos objetos que entorpecen la búsqueda: la agenda, una cartuchera, un pañal, la mamadera. El bebé la reconoce y lanzando grititos de alegría intenta apoderarse de ella.
Con una manito asegura el chupete y con la otra se afirma sosteniéndose de la hebilla que adornaba, hasta hace un momento,su bonita trenza.Logra evitar que el resto de las cosas caiga al suelo Al soltarse, su nariz pega contra el asiento delantero. Una lluvia de leche salpica su chalequito nuevo.
Ahora son los más grandes, que pelean por un Sugus que asoma de su bolsillo.
De alguna forma se las ingenia para partir el caramelo pegoteado y los conforma. Ahora un poco más inquieta y despeinada sigue sacando, el paquete de galletitas, el frasquito de flores de Bach, la caja de curitas, el paquete de yerba. Ya llega...sus dedos tocan el fondo y ¡los billetes!
Se siente observada. Alza la vista. La mirada lánguida del conductor, le provoca una medio-sonrisa pidiendo disculpas.
Habían llegado.
Solo queda pagar e intentar una salida decorosa.
—¡El último en salir cierra la puerta! —anuncia el mayor y el menor acata la orden con tanta energía que sorprende. Al taxista se le borra definitivamente la sonrisa y la amabilidad.
Vuelve a estar parada. Todavía al lado del auto, con un desparramo de chicos y bultos a su alrededor.
Mientras el taxi se aleja, tal vez convertido en calabaza, intenta rejuntar, en la vereda, manos y manijas.
La ciudad húmeda termina de salpicar sus luces, mientras entran a la casa.
Después de este diálogo interno, la mano se le levanta sola ante un Fiat negro y amarillo que se acerca con su insinuante luz roja, invitando a subir.
La noche tibia y húmeda desparrama colores y luces. Autos, vidrieras, gente yendo y viniendo.
Una mano amable, abre la puerta trasera. Un ciclón de bultos y chicos la empuja hacia el interior del auto.
Con un pie tantea el espacio y logra esquivar el marco de la puerta.Tambaleando ocupa, felizmente, los centímetros cúbicos que le dejan.
Con una mano sostiene al bebé, con la otra busca las llaves de casa en los bolsillos. Si, ahí están.
Solo falta encontrar el cambio para pagar el viaje.
Saca de la cartera, algunos objetos que entorpecen la búsqueda: la agenda, una cartuchera, un pañal, la mamadera. El bebé la reconoce y lanzando grititos de alegría intenta apoderarse de ella.
Con una manito asegura el chupete y con la otra se afirma sosteniéndose de la hebilla que adornaba, hasta hace un momento,su bonita trenza.Logra evitar que el resto de las cosas caiga al suelo Al soltarse, su nariz pega contra el asiento delantero. Una lluvia de leche salpica su chalequito nuevo.
Ahora son los más grandes, que pelean por un Sugus que asoma de su bolsillo.
De alguna forma se las ingenia para partir el caramelo pegoteado y los conforma. Ahora un poco más inquieta y despeinada sigue sacando, el paquete de galletitas, el frasquito de flores de Bach, la caja de curitas, el paquete de yerba. Ya llega...sus dedos tocan el fondo y ¡los billetes!
Se siente observada. Alza la vista. La mirada lánguida del conductor, le provoca una medio-sonrisa pidiendo disculpas.
Habían llegado.
Solo queda pagar e intentar una salida decorosa.
—¡El último en salir cierra la puerta! —anuncia el mayor y el menor acata la orden con tanta energía que sorprende. Al taxista se le borra definitivamente la sonrisa y la amabilidad.
Vuelve a estar parada. Todavía al lado del auto, con un desparramo de chicos y bultos a su alrededor.
Mientras el taxi se aleja, tal vez convertido en calabaza, intenta rejuntar, en la vereda, manos y manijas.
La ciudad húmeda termina de salpicar sus luces, mientras entran a la casa.
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