Tarde de Reyes Magos

 

Tarde de Reyes Magos

 

En mi casa nadie cree en Papá Noel. No podría contarles lo que dice mi mamá de Papá

Noel, es gracioso. —Vos no repitas me dice la abuela—, a tu mamá se le va la boca. Yo imagino la boca de mi mamá arrastrándola para un lado y para otro. No es ella la que habla, es la boca. Y le hace decir ¡cada cosa! Y ni se te ocurra decirle nada a tus vecinitos, que después van a andar llorando por ahí.

Como ellos sí creen, Papá Noel les deja regalos en Navidad, en cambio los de mi casa los compran mi papá y mi mamá. ¿Cuál es la gracia? Pienso yo. Si creyeran se ahorrarían unos cuántos regalos.

 

Nosotros somos fan de los Reyes Magos. "Esos si son de verdad", dice mi abuela.

Están desde siempre y además son más divertidos que Papá Noel que no estaciona con los renos en las casas. Seguro debe tirar los paquetes desde el trineo, en cambio los Reyes se trepan al balcón con los camellos y ahí les dan de comer y tomar.  Entonces, tenemos que ir a arrancar pasto de la plaza y llenar una cacerola con agua, poner juntos los zapatos de todos para que sepan quiénes vivimos acá. Como mi perra no usa zapatos yo se los dibujo, así se acuerdan de dejarle algo a ella también. Esa noche me cuesta dormir pensando cuándo llegarán.

 

Mi papá me dice que me vista rápido, me va a llevar a ver a los Reyes Magos  en la juguetería de la peatonal. Me pongo las ojotas, la remera más nueva, me miro al espejo y me peino con las manos. ”Ahora vamos a darles la cartita que escribiste con mamá”. Por suerte mi papá ya la había guardado en un sobre con los nombres de cada uno de la familia.

 

Caminamos las cinco cuadras a toda velocidad y en la esquina sentimos un olor fuerte a bosta,

  ¿De dónde salieron tres caballos atados a un árbol?

   Deben ser de los Reyes dice mi papá—, por acá no se puede andar con camellos.

   Como son magos, capaz los convirtieron en caballos para disimular ¿no, pá?

Los vemos allá al fondo, en la puerta de la juguetería. Desde los hombros de mi papá se ve mejor: rojo, azul, dorado, unas coronas como tortas en la cabeza y en la mano unas bolsas grandes llenas de cosas. Saludan. ¡Son ellos! Melchor, Gaspar y Baltasar, ese es el que tiene barba blanca. Cuando lleguemos les voy a pedir un autógrafo. Papá me baja y me tiene fuerte de la mano, me dice que no me suelte porque hay mucha gente. 

 

Ahora se escuchan gritos. Una mujer camina hacia los reyes, dos policías la acompañan, dice algo de un celular.

La fila ordenada esperando para dejar la carta, se desarma. Los caballos atados tiran patadas y hay gente que se cae sobre la bosta. Nos empujan. De la otra cuadra llegan diez policías más: ponen a los reyes contra una pared, unos les sacan las bolsas, otros les dicen que levanten las manos y los revisan como cuando entrás a la cancha. La gente abuchea a la policía y a la mujer que grita “¡Me robaron el celular!''. Si estuviera la abuela con nosotros me diría que ni se me ocurra repetir lo que escucho. Una señora se acerca a la mujer y dice: “A ver si nos calmamos, no ven que están trabajando para los chicos y vos, nena  fijate si no se te cayó por ahí, en vez de estar acusando”.

 

El celular no aparece, pero los reyes no lo tienen. La que los acusó se fue sin que la viéramos. Pobres, tan lindos que estaban, les sacaron las túnicas, las coronas, ahora se parecen a cualquier vecino: quedaron en remera y bermudas. Tres policías terminan de sacar de las bolsas, cartones y papeles abollados.

Parece que a los reyes también les robaron. “Mirá que hace años que venimos haciendo esto y nunca nos pasó algo así” dice Baltasar enojado.

Mi papá se agacha y me mira a los ojos.

Mejor nos vamos.

Pero, papá...

No te preocupes, primero pasamos por la plaza, juntamos un poco de pasto y cuando lleguemos a casa, dejamos todo preparado.

 

Los vemos irse, dos volvieron a ponerse la túnica y el otro lleva la ropa en el brazo pero tiene la corona puesta. Detrás van los policías, uno muy panzón se ríe con una risa rara, con una O muy redonda: ¡Jo, jo!. Me suena… ¿Y si…? Mejor lo dejo así. A mi papá no le digo nada, y a los vecinitos tampoco.

 

                            Ana Gloria Casale

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