La vaquita de San Antonio y Dafna
Dafna estaba haciéndose muy chiquita en una rama del ombú para que nadie
pudiera verla. No podía moverse. Ella y su amiga Violeta esperaban escondidas a
que Emilio terminara de contar hasta cincuenta contra la pared del jardín.
Emilio salió corriendo al grito de:“¡Punto y coma el que no se escondió se
embroma!”.
Dafna escuchó sus pasos muy cerca. Mientras tanto unas patitas negras le hicieron
cosquillas en su nariz, escalándola como si fuera una montaña. Trató de ver de qué
se trataba, pero se puso bizca. Ahora veía dos bolitas en lugar de una, rojas con
muchas manchas negras.
Tenía que aguantar para no hacer ruido y ser descubierta.La bolita levantó dos de
sus patas y se rascó la cabeza. Dafna que seguía muy incómoda en ese lugar, sintió
como si un montón de estrellas de metal subieran por su pie derecho.¡De tan quieta
el pie se le había dormido! Se abrazó más fuerte a la rama para no caer. En su
nariz seguía dando vueltas el bichito inquieto.
Escuchó entonces la respiración de Emilio que como estaba resfriado sonaba
bastante fuerte.
Subía por las ramas del ombú pero todavía no alcanzaba a descubrirla. Aguanto,
aguanto, se dijo para adentro.
Comenzó a agitarse una planta y de ahí salió corriendo su otra amiga, Violeta.
Emilio bajó del árbol para perseguirla. Con el peligro lejos, Dafna se enderezó para
bajar pero olvidó que su pie seguía dormido. Trastabilló y cayó despatarrada.¿La
habría descubierto Emilio?
Se levantó como pudo.Miró hacia un lado y hacia el otro y vio que Emilio y Violeta corrían lejos.El bichito seguía sobre su nariz. Abrió un par de alitas y voló hasta su mano.
Era una hermosa vaquita de San Antonio. Dafna feliz con su nueva mascota le
preguntó: —¿Vos también querés jugar?
No escuchó ninguna respuesta, pero por las dudas corrió hasta la pared gritando:
—¡Piedra libre para la vaquita y para mí!.
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