La magia del pescador
Mi abuelo, Don Aurelio era un hombre emprendedor y
entusiasta. Tenía dos pasiones: pescar y cantar.
Charco, río o laguna, donde fuera que hubiera un poquito de
agua ahí estaba con su caña , su anzuelo y sus lombrices; nunca una red o un
medio mundo porque para él eso era hacer trampa. Su otra regla de oro era “
todo lo que se pesca se come” así que se cuidaba de no pescar zapatos o latas
oxidadas. . Le encantaba disfrutar del silencio de la noche en la orilla para cantar y pescar bajo las estrellas y
después escuchar a los pájaros sumando su canto al amanecer.
Todos decían que él
era el mejor pescador del lugar y así era. Siempre sacaba la mejor pieza o volvía con su bolsa llena de pescados que cocinaba en
una sartén grande, para su familia y sus amigos.
“Aurelio ¿no me trae de sus lombrices?”, le pedía uno. Otro
quería sus anzuelos y así trataban sus compañeros de descubrir cuál era el
misterio de tanta suerte y poder contagiarse un poco.
Un día iba lo más tranquilo remando en su botecito mientras
desafinaba un “oh sole mío”, cuando pasó un vecino y le dijo “¡Don Aurelio, la pucha que canta fiero!”. Mi abuelo sintió tal vergüenza que nunca más volvió
a cantar. Siguió, claro con su costumbre de pescar pero ya sin éxito. Y la
tristeza se apoderó de él. Dejó de pescar también.
Un día entró a un acuario para volver a ver a los peces de
cerca. Se puso a conversar con el acuarista, al que terminó contándole su pena.
El hombre le explicó que algunos peces tienen un oído muy fino y que probablemente ahí estuviera el
secreto de su magia. Su voz, aunque poco melodiosa, atraía a los peces hasta sacarlos del agua.
Así fue como mi abuelo volvió con sus dos pasiones: a cantar
y pescar, con la misma suerte de antes.
Al enterarse, sus compañeros de pesca le pidieron que les diera unas
clases de canto.
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