El jardín de los Otamendi
Emilia debía arreglar el jardín de la familia Otamendi. Hacía ya seis meses que la habían contratado y ahora que el diseño estaba listo, su trabajo consistía en mantener ese espacio lo más prolijo y parecido a sus planes.
Como era un lugar un poco sombrío, había realizado unas islas de dichondrias, franqueadas por las alegrías del hogar que le agregaban un poco de color, unas monsteras en el fondo, culandrillos y spatifilums en flor. A un costado había colocado un pequeño estanque hecho con medio barril y algunas plantas acuáticas que le daban algo más de vida. Había rejuvenecido entre el verde y la tierra revuelta. Pero algo mucho más fuerte que eso había operado en esa transformación.
Julio Otamendi, estaría sentado en el living al lado del ventanal, leyendo el diario como siempre.
Emilia sentía que el corazón le latía más rápido en cuanto lo veía. O mejor dicho, en cuanto se levantaba bien temprano sabiendo que ese día tenía que ir a su casa.
Después de ese tiempo había entre ellos algo parecido a una amistad. Julio le contaba cosas de su trabajo, de los libros que leía, de alguna salida.
Ella le hablaba de plantas, mientras sus gestos le iban hablando de amor.
Él dejaba el diario por un rato casi olvidado, perdida su mirada en el jardín y ella, arrodillada sobre su almohadilla, dejaba por un momento los plantines con sus raíces al aire para mirar lo que ocurría detrás del ventanal. A veces él se acercaba para ofrecerle algo para tomar y ahí intercambiaban algunas palabras casi siempre entre sonrisas.
Ese día Emilia se probó frente al espejo varios pantalones finalmente descartados sobre el sillón de su cuarto. Eligió el de lino marrón. La tarde anterior se había comprado una remera que le combinaba muy bien.
Después de bañarse, se vistió con cuidado. Comenzó a maquillarse. Se acercaba y alejaba del espejo como si estuviera pintando un cuadro. No quería exagerar.
Repasó dentro de su bolso los materiales que necesitaba llevar, un par de fertilizantes, semillas, la tijera de podar.
-Tampoco es la idea que él vaya a pensar que estoy desesperada, pero la verdad es que para mi es un sol, ¡Es como el agua!
-Bueno asi estoy bien. Look más o menos casual.
Bailó un poco frente al espejo. Ensayó un par de gestos.Guardó también un par de guantes para trabajar.
-Ya podría haberme invitado aunque sea al cine, a tomar algo, pensó en voz alta.
-¿Seré yo que parezco medio cortada?
-Bueno, tal vez sea el momento de insinuar algo.
Tomó un desayuno rápido, entre suspiros largos.Le pareció que el reloj de la cocina se había parado. Encendió el televisor para corroborarlo, pero no, el tiempo pasaba como correspondía.Una última miradita en el espejo. Sonrió para asegurarse de tener una sonrisa limpia.Levantó del patio un par de plantines de lavanda en flor.
Se retocó los labios. Apuró los detalles, cargó su bolso de herramientas y salió rápido a la calle.
-Hoy si, hoy le digo algo. Si él no se anima, yo si, ¿Por qué no?
-Total hasta ahora no hizo más que tirarme onda.
Cruzó la última calle tan ensimismada que no vio que un camión casi se le venía encima.
Superada del susto, volvió a respirar hondo. Repasó todo lo que llevaba.Apuró los pasos. Se encontró frente a la puerta blanca de los Otamendi. Tocó el timbre, mientras intentaba bajar a tierra y recordar que además estaba allí para arreglar el jardín.
-Hola Emila.
-Hola señora Otamendi ¿Cómo está?, contestó Emilia estirando su mirada hacia el living.
¡Ahh nosotros muy felices!, ¿Sabés que ayer se casó Julito?
-No, no sabía nada.
Lo que siguió fue una larga descripción de la fiesta, de la novia, del viaje de luna de miel, que Emilia apenas escuchó mientras recortaba el ligustro torpemente, y las flores de la rosa china se deshacían en sus manos.
-La verdad es que la fiesta tuvo su mejor escenario con este jardín maravilloso que nos construiste -agregó la mujer como queriendo complacerla.
Algunos monosílabos fueron su respuesta.
.Por segundos no más, se olvidaba lo ocurrido para concentrarse en su tarea, pero el sillón vacío del living le volvía a recordar una y otra vez su desilusión.
Sintió que ese jardín se había convertido en el espacio más tenebroso y desagradable en el que había estado jamás. Aunque unos pensamientos le sonreían en violeta, ella ya estaba completamente marchita.
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