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Los duendes de la primavera

  Los duendes de la primavera Ustedes ya saben que los duendes son esos seres mágicos vestidos de verde con botones colorados y escarpines con punta. También saben que viven en los bosques, que alrededor de los treinta y cinco años dejan su infancia para entrar en la adolescencia que dura solo ciento un años más.  De esos duendes, les voy a contar hoy una historia. Una historia de duendes, en un país de duendes. Un país muy frío, siempre blanco de nieve.  Las mamás y los papás duendes se la pasaban tejiendo saquitos, calcetines, calzones y calzoncillos largos para mantener abrigada a su familia.   Y todos los demás, viejos, adultos, niños y bebés cortaban leña para armar fogones y recogían frutos para alimentarse. No había tiempo para divertirse, para jugar o para dejarlo simplemente transcurrir. Hacía muchos años que no se los oía reír ni cantar.  Largo tiempo atrás un rey había llegado de “Nadiesabedonde” y gobernaba el país de los duendes.  No permitía que se les escapara una hora,
  6a.m. salto de la cama, ducha, lavado de dientes ropa ya elegida la noche anterior para no perder tiempo. Dos mates , tres tostadas. Hay que tener todos los sensores atentos. Increíble como el tiempo es, a esas horas, una bandita elástica. un ratito más debajo del agua tibia puede hacerme llegar diez minutos tarde. No me lo puedo permitir.Mochila y afuera. Los porteros lavan la vereda intercambiando chorros de agua y los últimos chismes del barrio; los saludo mientras sigo paso firme hacia la parada del colectivo. La fila es eterna. Muchos de los pasajeros tienen nombre en mi cabeza: la desmayada, el fortachón, el ekeko y así; tomo lista. Palpo los bolsillos buscando la Sube. El chofer sonríe, es amable… ¡es el actor de stand up que vi anoche en el teatro! no se si pedirle que cargue mi tarjeta o me de un autógrafo. ¿Sooos vos? ¡Si! grita alguien, más atrás, ¡Un actorazo! Llego a decirle que me encantó y el me sonríe tímidamente. En segundos vuelve a ser el chofer, como en esas doble

Susurros

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La poesía no sirve para nada. Qué hacemos con este susurrador en mano, yendo de acá para allá, ofreciendo poesía como quien ofrece pañuelitos o curitas, pero gratis. De vez en cuando, alguien te mira con ojos desorbitados cuando le preguntás si quiere escuchar una poesía. A veces ni te responden y apuran el paso. Igual seguimos, hoy en la plaza, ayer en una marcha, otro día en una asamblea… También hay circunstancias felices, niños y adultos que buscan a las susurradoras, que nos traen de la mano a otros, para que pasen por la experiencia. Hay muchos que te dicen: es lo que necesitaba escuchar, otros respiran hondo como para nutrirse del aire poético que les acaba de llegar. Hoy, colocan en mi barrio una baldosa de la Memoria. ¿Todavía siguen con las baldosas? pregunta un tipo que pasa entre fastidiado y desafiante, pero se va porque nadie le contesta. El grupo se sigue nutriendo de gente y más gente. Parece increíble pero en este momento, poner una baldosa, hacer un acto por un desapa

Torrente

  Torrente Arden casas y bosques,  las comunidades sin sus tierras. Arden de odio los que embrollan con dichos para la sedienta codicia de unos pocos. Arden monstruos nacidos del hambre, la soledad y el silencio. Entonces, alguien sale a la calle, se encuentra con otros que miran a los ojos, eligen las palabras hasta dejarlas limpias; uno comparte el mate, otro inventa cantos honrando este suelo que pisamos, el aire que viene a darnos la vida, generoso el agua que es de todos y la quieren para unos pocos. Si hace frío, si pinta el miedo,  hay manos que se tienden y abrazos que rearman. De pronto la calle es un mar de cabecitas con olas de brazos en alto,  un torrente que viene a apagar tanto fuego.

En la calle

  En la calle Algunos tentados por las roscas, cosquilleos de poder, corroen las palabras, solidaridad que no solidariza, progreso que no progresa. La calle espera.   En la olla inmensa no hay guiso para todos. Por momentos la justicia es solo horizonte, servida allá lejos para algunos. La calle espera.    Democracia es llevada a la rastra, en una camioneta sin patente, patadas sin nombre.   Ojos que no saben que miran. La calle espera   Democracia es  un nene que llora de hambre al lado de su mamá, sentados a la puerta del supermercado, esperando dejar de ser invisibles. Mientras, abajo, día a día, chiquito, alguien da de comer, enseña, cura,  parte el pan y la poesía. La calle deja de esperar y nos bendice: Bienaventurados los que no creen sin reflexionar, los que caminan juntos, los que hacen un lugar a otros, los que están en la calle  defendiendo el espacio de todos.

Taller de otoño. Desafío de escritura de Araceli Campana

 Con una consigna por día, me fueron saliendo estos textos... Qué podría comprar para comer, una semana sin tarjetear? Cómo vuelvo de Constitución a las 2a.m.? Cerré la llave del gas? Cuándo me tendría que venir? Habré dicho algo que le dolió? Guau! Ya tacho esto de ponerme los zapatos de mi humana! El vecino de enfrente parece estar vigilando detrás de las cortinas. En cuanto ella sale a la calle, ahí va él, detrás suyo. Apura el paso, no llego a escuchar lo que dice, pero algo le susurra al oído. Lo extraño es que su brazo derecho se va transformando en un ala grande y blanca que se arrastra por la vereda, la cual denota sus intenciones y también su edad. Vieja, increíblemente vieja. Muy cerca del espejo, cientos de surcos van trepando por las mejillas, los párpados. Por dentro están todas las que fui: la niña que juntaba hormigas descarriadas, la mujer que acunaba a sus hijos, la que inventaba palabras, Ellas siguen estando, conversan conmigo y hacen valer cada arruga , cada pliegue

Subte

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                                            Foto Aoreste, Pixabay Subte, poema publicado en el suplemento literario de la Revista Trinchera, diciembre 2023   Wislawa está sentada a la orilla de un río, yo la imagino   en uno  del sur bordeado de álamos dorados y piedras que brillan desde el fondo.   La mirada vuelve gustosa sobre las palabras, se abren las puertas del subte.   El libro espera un poco más entre las manos.   Una coreografía de dedos se despliega sobre las pantallas, mientras, busco un lugar donde sentarme.   Un músico, con su guitarra y su voz  trae Ojalá, juega a ser Silvio, y Wislawa vuelve a estar en esa orilla ahora, llorando tu ausencia.